- Circunnavegó el globo (1577-1580) y fue armado caballero por Isabel I por sus servicios.
- Golpeó con dureza los intereses españoles: Cádiz (1587), Santo Domingo, Cartagena y San Agustín.
- Vicealmirante en 1588: brulotes y Gravelinas marcaron la derrota de la Armada.
- La Contraarmada (1589) y su última campaña (1595-1596) acabaron en fracaso y su muerte.
Para españoles e ingleses, el nombre de Francis Drake corsario de la reina ha sido durante siglos una especie de espejo deformante: héroe de mar para unos y azote pirata para otros. En plena pugna por el dominio atlántico, su figura simbolizó la rivalidad total entre la Monarquía Hispánica y la Inglaterra isabelina, con ecos que aún resuenan en crónicas, mapas, poemas y leyendas.
Si hubiera que comprimir su vida en una divisa, él mismo dejó una: Sic parvis magna. Nacido con lo justo y criado entre mareas y tablazones, acabó cabalgando los océanos, amontonando riquezas para la Corona inglesa y pasando a la historia como corsario de la reina Isabel I, explorador de primera línea y vicealmirante en batallas decisivas.
Orígenes, familia y primeros embarques
Francis Drake vino al mundo hacia 1540 en Tavistock (Devon) y murió el 28 de enero de 1596 frente a Portobelo, en Tierra Firme; la disentería puso el punto final a su biografía. Hijo mayor de Edmund Drake y Mary Mylwaye, creció en un entorno humilde y profundamente marcado por las sacudidas religiosas del siglo.
Tras la Rebelión del Libro de Oración de 1549, los Drake huyeron a Kent; su padre fue diácono y vicario en Upnor, y el joven Francis acabó de aprendiz en una barca de cabotaje cuyo dueño, satisfecho con su temple, le legó la embarcación al morir. A los trece ya conocía el olor a brea; a los veinte embarcaba con naturalidad como sobrecargo, curtido en travesías hacia la costa del golfo de Vizcaya.
En 1569 se casó con Mary Newman (fallecida en 1583) y en 1585 con Elizabeth Sydenham, heredera de una notable familia de Somerset; no dejó descendencia y los derechos pasaron a su sobrino homónimo. El hilo de su vida se anudó pronto al de su primo John Hawkins, que lo introdujo en el circuito del comercio de esclavos en el Atlántico.
Entre 1567 y 1569 participó junto a Hawkins en una arriesgada empresa de capturas en Guinea y San Jorge de la Mina; transportaron a centenares de personas esclavizadas al Caribe y comerciaron en Dominica, Margarita y Borburata. El episodio terminó mal en San Juan de Ulúa, donde una flota española arrasó su escuadra; Drake volvió a Inglaterra con el orgullo herido y un odio personal a todo lo español.
Del Caribe al istmo de Panamá: golpes de mano y aprendizaje
Entre 1570 y 1573 dio sus primeros zarpazos propios en las Indias Occidentales; en mayo de 1572 zarpó rumbo a Nombre de Dios (istmo de Panamá) con la nave Pascua y el Swan, unas 70 y 25 toneladas, 73 hombres, pertrechos para un año y pinazas desmontadas listas para armar en costa tropical.
El golpe mayor llegó en 1573, aliado con el corsario francés Guillaume Le Testu: interceptaron un convoy repleto de plata y oro. No era solo botín: Drake aprendía que la espina dorsal del sistema americano español eran las rutas terrestres de mulas entre el Pacífico y el Atlántico.
En 1575 participó en la terrible masacre de la isla de Rathlin al servicio del conde de Essex: la infantería de John Norreys asesinó a combatientes rendidos y a civiles; los buques de Drake bloquearon refuerzos. Aquel mundo era sin concesiones y su nombre empezaba a esparcirse por tabernas y despachos.
El éxito panameño convenció a Isabel I de que merecía más cuerda; aunque Londres disimulaba con treguas, los Sea Dogs actuaban con patentes y capital privado, incluida la propia reina. Y Drake, con rezo protestante en cubierta y el Libro de los mártires a mano, se veía como brazo de una causa.
La vuelta al mundo: del Estrecho a la «Nueva Albión»
La gran expedición arrancó (tras un primer intento frustrado por temporal) el 13 de diciembre de 1577 con cinco barcos y 164 hombres; el Pelican sería rebautizado en ruta como Golden Hind. En enero de 1578, frente a Cabo Verde, capturó la portuguesa Santa María (renombrada Mary) y retuvo a su capitán, el experto Nuno da Silva, como piloto forzoso.
La escuadra se desgastó hasta San Julián (Patagonia), lugar de amotinamientos en tiempos de Magallanes; allí Drake juzgó y ejecutó a Thomas Doughty, actuando con mano de hierro para salvar la disciplina. Abandonó cascos inservibles y esperó el invierno austral antes de tentar el Estrecho.
En agosto cruzó el Estrecho de Magallanes, tras perder naves y hombres en choques con patagones; una vez en el Pacífico renombró el Pelican, y comenzó su ofensiva: herido en isla Mocha, saqueó Valparaíso el 5 de diciembre de 1578, hallando miles de pesos en oro y piedras preciosas; intentó Coquimbo el día 8, repelido por fuerzas traídas de La Serena.
Continuó al norte; hostigó el Callao en febrero de 1579 y fue perseguido por la «Armadilla de Toledo» hasta Paita; recaló en la isla del Caño el 16 de marzo para agua y reparaciones, atacó Huatulco el 6 de abril y, ya en junio, fondeó en la bahía de San Francisco, donde reclamó para Isabel la «Nueva Albión» y reparó su barco en un puerto mantenido en secreto.
El regreso fue por las Molucas y el Índico, con especias a bordo; rodeó el cabo de Buena Esperanza y tocó Sierra Leona en julio de 1580. El 26 de septiembre de 1580 el Golden Hind entraba en Plymouth con 59 supervivientes y una bodega que hacía salivar a los inversores.
La reina lo nombró caballero a bordo del propio Golden Hind (Deptford, 4 de abril de 1581) a través del diplomático francés Marchaumont, en un calculado guiño político a París, mientras Londres negaba oficialmente el patrocinio de los saqueos. Drake adoptó su lema «Sic parvis magna», fue alcalde de Plymouth y representó a Camelford (1572-83), Bossiney (1584-85) y Plymouth (1593) en el Parlamento.

Rumbo al Caribe: la gran expedición de 1585-1586
El 14 de septiembre de 1585 partió de Plymouth con 29 naves, unos 2.300 hombres (1.600 de infantería en compañías de picas y arcabuces), Martin Frobisher como vicealmirante y Christopher Carleill al frente del desembarco. La salida fue precipitada por miedo a una paz in extremis, así que reaprovisionaron a la fuerza.
En Galicia, merodeó Baiona y bloqueó Vigo, donde se incautó de ganado y de un buque con oro y plata de la iglesia, hasta que las milicias locales le obligaron a marcharse; en Canarias tanteó Las Palmas, atacó Santa Cruz de La Palma el 13 de noviembre y se llevó artillería a la cubierta de sus galeones, que no volvió a exponer gratuitamente.
En Cabo Verde arrasó Ribeira Grande y se aprovisionó, pero un contacto con enfermos en el hospital de esclavos desató una epidemia, quizá de peste neumónica: las muertes por enfermedad superaron con creces las bajas de combate. Ya en América, asaltó Santo Domingo (enero de 1586), negoció un rescate inferior al que exigió y dejó edificios en ruinas.
En Cartagena de Indias repitió el patrón: ocupación temporal, rescate de 107.000 ducados y salida en abril. En ruta de regreso, incendió San Agustín (Florida) y recogió a los colonos famélicos de Roanoke (Carolina del Norte). El balance propagandístico fue rotundo; el económico, mediocre (unas 60.000 libras, muy por debajo de lo esperado) y el humano, un desastre con centenares de muertos.
Cartas, órdenes y la chispa de Cádiz
En mayo de 1586, Felipe II firmó una Real Cédula a Álvaro de Bazán para seguir los pasos de Drake y «escarmientar a los ingleses», otorgándole amplias facultades para reunir fuerzas y hostigar donde hiciera falta. La guerra no declarada tenía ya forma de estrategia global.
En 1587 Drake dio su estocada más célebre al «barbeo del rey»: entró en Cádiz, destruyó más de 30 barcos destinados a la futura Armada y capturó la enorme carraca San Felipe camino de Lisboa; durante semanas sembró el caos por la fachada atlántica ibérica y las Azores, retrasando un año la «Empresa de Inglaterra».
La reacción regia llegó por escrito: Felipe II advirtió por carta al duque de Medina Sidonia que, tras la defensa de Cádiz, debía alistar infantería y caballería en Andalucía, armar nobles y pueblos, y prepararse ante nuevos golpes ingleses; eran líneas escritas «de su puño», reflejo de la urgencia.
La Armada de 1588: Gravelinas, fuego y un mito
En agosto de 1588, la Gran y Felicísima Armada, al mando de Medina Sidonia, apareció frente a Plymouth. Drake, vicealmirante bajo Charles Howard, impuso su sello táctico: disparo a distancia, líneas de batalla ágiles, nada de abordar salvo ventaja clara.
Capturó el galeón Nuestra Señora del Rosario con Pedro de Valdés a bordo, prisionero que pasaría siete años en la Torre de Londres; los cautivos de aquel botín acabarían hacinados en el «Spanish Barn» de Torquay, donde las ratas y las enfermedades hicieron estragos.
La noche de los brulotes marcó la diferencia: ocho cascos incendiados, soltados contra la flota española anclada, desorden y anclas cortadas para huir del fuego. Al día siguiente, en Gravelinas, durante nueve horas los ingleses hostigaron a distancia, favorecidos por un viento que empujó a la Armada hacia el Mar del Norte.
La leyenda inglesa cuenta que Drake recibió la noticia de la Armada mientras jugaba a los bolos, y que pidió acabar la partida antes de hacerse a la mar; el mito encaja con la flema nacional y con su fama de sangre fría, pero lo que cambió la campaña fueron táctica, artillería y temporal.
La Contraarmada de 1589: A Coruña, Lisboa, Azores y la caída
El año siguiente, Inglaterra quiso asestar el golpe de gracia. La «Invencible Inglesa» o Contraarmada, dirigida por Drake y John Norris, partió con objetivos tan ambiciosos como mal definidos: provocar una revuelta portuguesa, tomar Lisboa y hacerse con una base en las Azores.
Atacó A Coruña con dureza; saqueó parte de la Pescadería, pero la resistencia —con nombres como María Pita e Inés de Ben— frenó el empuje inglés. El sitio no prosperó y los muertos pasaron de un millar. En Lisboa, sin apoyo popular, el plan se desinfló entre hambre y descoordinación.
Sin Azores, sin botín y con una moral por los suelos, la flota se batió en retirada y arrasó Vigo durante cuatro días en una incursión de venganza que le costó cientos de bajas en tierra. La empresa sumó unos 12.000 muertos, 20 barcos perdidos y un expediente a su vuelta a Inglaterra.
El prestigio de Drake se resintió; sus colegas en armas lo criticaron abiertamente y fue apartado del mando en grandes expediciones durante seis años, relegado a defender las costas de Plymouth y a su escaño parlamentario.
Última campaña y muerte en el Caribe
En 1595 logró convencer a la reina para un último golpe: una base inglesa en Panamá que ahogara las rutas de plata. Compartió mando con John Hawkins (muerto en la travesía o en el ataque a San Juan de Puerto Rico) y tropezó con defensas alertadas y artillería española bien servida.
Intentó dos veces forzar San Juan; Pedro Téllez de Guzmán y los artilleros del Morro castigaron sus cubiertas. En tierra firme, apenas 120 soldados españoles mandados por los capitanes Enríquez y Agüero desbarataron el intento. En enero de 1596, la disentería ganó su partida final.
Drake falleció el 28 de enero frente a Portobelo, tras testar a favor de su sobrino, y fue sumergido en el mar en un féretro lastrado. El mando recayó en Thomas Baskerville. La flota inglesa sería después derrotada en la isla de Pinos por fuerzas de Bernardino de Avellaneda y Juan Gutiérrez de Garibay: tres buques capturados, 17 hundidos o abandonados, 2.500 muertos y 500 prisioneros.
La noticia llegó a Sevilla y Madrid por cartas de Delgadillo de Avellaneda y, más tarde, de Andrés Armenteros al duque de Medina Sidonia, que incluso afirmaba erróneamente que el cuerpo viajaba en un tonel. La propaganda también navegaba aquellas aguas.
Vida privada, cargos y emblemas
En Inglaterra fue honrado con el título de Knight Bachelor, lució armas con un barco sobre un globo y la leyenda Sic parvis magna, y acumuló cargos civiles: alcalde de Plymouth y diputado en Westminster. Su carrera militar quedaría asociada al rango de vicealmirante de la Marina Real inglesa.
Su círculo íntimo incluyó a mecenas como Sir Christopher Hatton; su segunda esposa, Elizabeth Sydenham, se casaría tras su muerte con William Courtenay de Powderham. No hubo hijos directos, detalle que trasladó linaje y memoria al sobrino Francis.
El «pasaje de Drake», el mar de Hoces y otras precisiones geográficas
En algunos países se denomina «pasaje de Drake» al mar al sur de Tierra del Fuego; sin embargo, el navegante no pasó por allí en su circunnavegación, sino por el Estrecho. En España y parte de Hispanoamérica se reivindica el nombre de «mar de Hoces», por Francisco de Hoces (1525), que habría vislumbrado ese paso décadas antes.
Armas, tácticas y una espada con historia
Drake fue un táctico innovador: prefería romper líneas a distancia, cañonear y hundir antes que abordar, y usar brulotes cuando convenía. En la imaginación popular ha quedado también su espada, descrita como de empuñadura de medio lazo con cruz recta, símbolo de un hombre de mar y de hierro forjado a la vieja usanza.
El «Draque»: mito, diablo y propaganda
Para los españoles fue «El Draque», el dragón. Lope de Vega lo pintó casi como Satanás en persona en La dragontea; en la otra orilla, era el héroe isabelino por excelencia. La leyenda de un pacto con el diablo que «gobernaba los vientos» acompañó sus suertes en mares imposibles.
En paralelo, su acción en Irlanda (Rathlin) y la piratería elevada a negocio de Estado muestran una cara oscura que la propaganda victoriana barnizó; siglo y medio después, el nacionalismo romántico lo consagró como pilar de la supremacía naval británica.
Hallazgos documentales y visiones historiográficas
En 2021 el investigador David Salomoni localizó en la Biblioteca del Palacio de Ajuda (Lisboa) la declaración de Nuno da Silva ante el Consejo de Indias (1583), pieza inédita en décadas que ilumina la ruta del Golden Hind y secretos del imperio hispánico; de ahí nació el libro Francis Drake. El corsario que desafió a un imperio.
Sobre su figura pesan dos tradiciones historiográficas: una, clásica, ejemplificada por Julian Corbett (Drake and the Tudor Navy, 1898), que lo coloca en la base del triunfo naval inglés; otra, más crítica, matiza su papel, subraya las sombras del corso y las contingencias de guerra, epidemias y fortuna.
Obras, mapas y cultura popular
Sus viajes se divulgaron en mapas y atlas de gran difusión; la literatura no tardó: Juan de Castellanos dedicó su Discurso de Francisco Drake (censurado por su detalle estratégico), Juan de Miramontes Zuazola dejó Armas Antárticas, y Lope cantó la derrota final en La dragontea.
En América y España siguió inspirando ficciones: Vicente Fidel López lo convirtió en antagonista en La novia del hereje; Gabriel García Márquez alude a su ataque a Riohacha en Cien años de soledad y cita su pistola en La cándida Eréndira; Manuel Mujica Lainez lo roza en Misteriosa Buenos Aires.
Ya en época reciente, asoma en la tragedia La Rosa Inglesa de David Silvestre, en la novela histórica El Tesoro de los piratas de Guayacán de Ricardo Latcham, y en la cultura pop: los videojuegos Uncharted (con un descendiente ficticio), One Piece (personaje X Drake), Fate/Grand Order y la serie Black Sails.
Los «siete mares» del viaje: una ruta, siete escenarios
Su circunnavegación puede leerse como un hilo por siete escenarios oceánicos: Atlántico europeo y africano (salida y captura en Cabo Verde), Atlántico sur (derroteros patagónicos y Estrecho), Pacífico sur (Chile y Perú), Pacífico norte (la Nueva Albión californiana), archipiélago indonesio (Molucas y clavo), Índico meridional (tormentas del Cabo) y Atlántico de regreso (Sierra Leona y Plymouth).
Cronología esencial
- 1540: nacimiento en Tavistock; familia protestante huida a Kent tras 1549.
- 1567-1569: expedición esclavista con Hawkins; desastre en San Juan de Ulúa.
- 1572-1573: golpes en el istmo de Panamá; convoy de plata y oro con Le Testu.
- 1577-1580: circunnavegación; Valparaíso, Callao, Huatulco, «Nueva Albión», Molucas; regreso triunfal.
- 1581: armado caballero en el Golden Hind; cargos en Plymouth y en el Parlamento.
- 1585-1586: gran expedición a Indias; Santa Cruz de La Palma, Santo Domingo, Cartagena, San Agustín, Roanoke.
- 1587: azote en Cádiz y Azores; captura de la carraca San Felipe.
- 1588: vicealmirante en la derrota de la Armada; brulotes y Gravelinas.
- 1589: Contraarmada; A Coruña, Lisboa y Azores fallidas; saqueo de Vigo; descrédito.
- 1595-1596: última campaña con Hawkins; fracasos en Puerto Rico y Panamá; muerte por disentería en Portobelo.
¿Corsario, explorador, héroe?
Fue todo eso a la vez, según dónde se pusiera el catalejo. Desde Londres, corsario con patente y explorador audaz; desde Madrid, pirata y enemigo público. Lo tangible son sus resultados: rutas cartografiadas, ciudades sacudidas, rescates descomunales, un terremoto táctico en el combate naval y una biografía pegada a la geopolítica del siglo XVI.
Mirada de conjunto: su infancia de barro y tablones, el odio nacido en Veracruz, la astucia en el istmo, el órdago del Golden Hind, la caballería sobre la cubierta, el golpe de Cádiz, las brasas de Gravelinas, la amarga Contraarmada y la disentería en Portobelo dibujan un personaje complejo, tan celebrable por su pericia como cuestionable por sus métodos, que encarna como pocos la guerra global de su tiempo y la delgada línea entre gloria, leyenda y brutalidad.


