Francis Drake, corsario de la reina: vida, guerra y leyenda

Última actualización: octubre 26, 2025
  • Corsario isabelino clave: circunnavegó el globo, asaltó rutas españolas y retrasó la invasión con el ataque a Cádiz de 1587.
  • Protagonista de 1588: tácticas de línea y barcos incendiarios en Gravelinas; capturó el Nuestra Señora del Rosario.
  • Fracasos decisivos: Contraarmada de 1589 y última expedición de 1595-96, que culminó con su muerte en Portobelo.
  • Figura polémica: héroe en Inglaterra, pirata para España; implicado en la trata y en episodios como Rathlin.

Francis Drake corsario de la reina

Su nombre todavía levanta pasiones encontradas a ambos lados del Canal. Para muchos ingleses fue un héroe nacional; para buena parte de los españoles de su tiempo, la encarnación del terror marítimo. En cualquier caso, Francis Drake simboliza como pocos la rivalidad total entre las coronas de Inglaterra y España en el siglo XVI, un pulso que se libró en los puertos, en alta mar y en los salones del poder.

Más allá de la leyenda, su vida fue un carrusel de ascensos fulgurantes, tragedias y golpes de suerte. Con la bendición tácita (y a veces explícita) de Isabel I, dirigió incursiones contra intereses hispanos en Europa y América, completó la circunnavegación del globo, fue parlamentario, vicealmirante y alcalde, y acabó su historia lejos de casa, derrotado por la disentería ante Portobelo. Todo ello deja una pregunta vibrando en el aire: ¿pirata, corsario, explorador o un poco de todo?

Orígenes, familia y primeras singladuras

Nacido hacia 1540 en Tavistock (Devon), Drake creció en el seno de una familia protestante marcada por las convulsiones religiosas. La Rebelión del Libro de Oración de 1549 empujó a los suyos a huir a Kent, donde su padre, Edmund, terminó ejerciendo como diácono y vicario en Upnor, a orillas del Medway. Aquella infancia humilde —se ha contado que vivieron un tiempo en el casco de un barco— no le impidió hacerse al mar muy pronto.

A los trece años ya estaba enrolado en una embarcación costera como las carabelas de la época y, por su buena conducta, el patrón —sin herederos— le legó el barco al morir. Antes de los veinte hacía de sobrecargo en rutas hacia Vizcaya. Ese aprendizaje entre mareas del Canal y el Atlántico fue el prólogo de una carrera oceánica que cambiaría su destino y el de muchos otros.

En su vida privada, Drake tuvo dos matrimonios: primero con Mary Newman (fallecida en 1583) y, más tarde, con Elizabeth Sydenham, heredera de George Sydenham. No dejó descendencia, de modo que sus títulos recayeron en su sobrino, también llamado Francis. Años después, sumaría honores —entre ellos, Knight Bachelor—, y su lema heráldico, Sic parvis magna (“la grandeza nace de pequeños comienzos”), condensó a la perfección su autoimagen.

En política, desempeñó escaños en la Cámara de los Comunes: representó a Camelford (1572-1583), a Bossiney (1584-1585) y a Plymouth (1593). Al mismo tiempo consolidó su carrera militar, alcanzando el rango de vicealmirante de la Marina Real en plena guerra anglo-española (1585-1604).

Retrato de Drake corsario de la reina

Hawkins, la trata de esclavos y el trauma de San Juan de Ulúa

Su inmersión real en la gran política atlántica llegó de la mano de sus parientes John y William Hawkins. Con ellos, Drake entró en el circuito del tráfico de esclavos entre África occidental y el Caribe español, un negocio tan lucrativo como brutal que marcó indeleblemente su biografía. En 1567 partió en una expedición de Hawkins que capturó a centenares de africanos en Cabo Verde, Guinea y Elmina para venderlos en islas y puertos como Dominica, Margarita o Borburata.

El episodio que lo convirtió en enemigo personal de España estalló en 1568: tras un temporal, la flota inglesa se refugió en San Juan de Ulúa (Veracruz), donde, pese a una tregua aparente, fue atacada por la escolta española. Los ingleses perdieron naves y muchos hombres; Drake apenas consiguió regresar a Plymouth a comienzos de 1569, con hambre, fatiga y sed de revancha. Aquella traición percibida alimentó el mito del “Dragón” que vendría después.

En los años siguientes, aunque existía tregua formal, se multiplicaron las escaramuzas entre las potencias. En ese clima, Isabel I empezó a firmar patentes de corso y a mirar hacia el Atlántico americano como el escenario ideal para golpear el sistema imperial hispano allí donde era más vulnerable: sus rutas y depósitos de metales preciosos.

Navíos de Drake en campaña

Los golpes a Nombre de Dios y el istmo de Panamá (1572-1573)

Tras viajes menores en 1570-1571, Drake armó en mayo de 1572 una expedición a Nombre de Dios —la antesala caribeña del tesoro de Indias— con dos embarcaciones principales, la Pascua (nave insignia) y el Swan, y 73 voluntarios, pinazas desmontables, herramientas y pertrechos para un año. El primer asalto falló y Drake resultó herido, pero no se rindió.

Al año siguiente, en 1573, aliado con el corsario francés Guillaume Le Testu, interceptó en el istmo un convoy cargado de oro y plata. Cuando regresó a Inglaterra ese agosto, apenas le acompañaban una treintena de marineros, pero todos habían hecho fortuna. La Corona, con su conocida ambigüedad, se benefició de la rapiña sin reconocerla del todo.

La otra cara de aquellas campañas fue la violencia en escenarios europeos. En 1575, Drake cooperó con las fuerzas inglesas en la masacre de Rathlin (Irlanda): mientras los barcos bloqueaban refuerzos, tropas al mando de John Norreys ejecutaron a soldados rendidos y a más de 400 civiles refugiados en la isla.

Con crédito ganado ante la corte, en 1577 recibió el encargo de hostigar el Pacífico hispano. Zarpó de Plymouth el 13 de diciembre al mando del Pelican y otros cuatro buques, con 164 hombres. En enero de 1578 capturó una mercante portuguesa, la Santa María, rebautizada como Mary, y retuvo a su capitán, Nuno da Silva, por su pericia en aguas sudamericanas.

Consciente del desgaste, abandonó naves, invernó en San Julián y, a finales de agosto, acometió el estrecho de Magallanes. Turmentas, choques con indígenas y pérdidas sucesivas dejaron al Pelican como casi único superviviente. En honor a su patrón, el político Christopher Hatton, Drake rebautizó el buque como Golden Hind.

Ya en el Pacífico, visitó la isla Mocha, donde quedó malherido por un ataque indígena, y saqueó Valparaíso (5 de diciembre de 1578), capturando unos 60.000 pesos de oro y joyas. Intentó tocar Coquimbo, pero fuerzas locales lo impidieron. Continuó hacia Perú, hostigó el Callao (febrero de 1579) y siguió al norte, perseguido por la “Armadilla de Toledo”, hasta Paita. Entre medias recaló en la isla del Caño (Costa Rica), Huatulco (México) y, en junio, alcanzó una bahía en la costa de California, probablemente Point Reyes, donde reclamó “Nueva Albión” para la Corona inglesa.

Conviene recordar un detalle geográfico muy debatido: en algunos países se denomina “pasaje de Drake” al mar al sur de Tierra del Fuego, pero en España y parte de Hispanoamérica se reivindica “mar de Hoces”, por el navegante Francisco de Hoces, que habría advertido ese paso ya en 1525.

Tras cruzar el Pacífico a las Molucas, rodear el cabo de Buena Esperanza y tocar Sierra Leona, el Golden Hind entró en Plymouth el 26 de septiembre de 1580 con 59 supervivientes y una carga fabulosa de especias y tesoros. Isabel I lo condecoró en 1581 con el título de sir a bordo de la propia nave, valiéndose del diplomático francés Marchaumont para revestir el acto de guiños internacionales, y manteniendo la ficción de que no avalaba los saqueos.

Caballero, alcalde y diputado: el marino en tierra

En adelante, Drake alternó estancias en casa con cargos públicos: fue alcalde de Plymouth, representó a Bossiney y a Plymouth en el Parlamento y consolidó su prestigio. En paralelo, el clima bélico con España subía de temperatura: Londres apoyaba a los rebeldes neerlandeses y otros enemigos de Felipe II, mientras la Monarquía Católica movía fichas en Escocia e Irlanda contra Inglaterra.

En 1585, Isabel I le encargó una gran armada para “hacer daño” a la Monarquía Hispánica en el Atlántico. Salieron de Plymouth el 14 de septiembre con 29 naves y alrededor de 2.300 hombres —1.600 infantes en 12 compañías—, con Martin Frobisher como vicealmirante y Christopher Carleill al mando de las fuerzas de desembarco.

La primera escala fue Monte Real (Baiona): frente a Monte Real amagaron un golpe, un temporal les obligó a buscar refugio en la ría de Vigo, hubo saqueos menores y, con refuerzos españoles a la vista, reanudaron ruta. En Canarias, apuntaron a Las Palmas pero terminaron batiéndose, sin éxito, contra Santa Cruz de La Palma (13 de noviembre), con daños en sus galeones.

El desquite llegó en Cabo Verde, donde arrasaron Ribeira Grande (isla de Santiago) y acopiaron víveres. A la postre fue un error: el contacto con enfermos del hospital de esclavos desató una epidemia —probablemente de peste neumónica— que diezmó la flota durante la travesía hacia el Caribe.

Santo Domingo, Cartagena y San Agustín: golpes de mano y rescates

A comienzos de 1586, enfermos pero operativos, los ingleses asaltaron Santo Domingo (11 de enero). Mantuvieron la ciudad un mes, incendiaron edificios y negociaron su devolución por 50.000 pesos, lejos de los dos millones exigidos. En febrero repitieron guion en Cartagena de Indias, que ocuparon seis semanas y abandonaron tras pactar un rescate de 107.000 ducados.

Camino de regreso, fondearon cerca del cabo de San Antonio (Cuba) y pusieron proa a Florida, donde arrasaron la fortaleza de San Agustín (28 de mayo). Ya en la costa de Carolina del Norte, recogieron a los colonos de Roanoke para llevarlos de vuelta a Inglaterra. El balance humano fue demoledor: unos 750 muertos, muchos por enfermedad. Económicamente, el botín —60.000 libras— quedó muy por debajo de lo prometido a los inversores, incluida la propia reina.

En mayo de 1586, la Corona española emitió una Real cédula a Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, ordenándole seguir y escarmentar a Drake, con facultad para reunir fuerzas y organizar infantería y caballería allí donde hiciera falta. Poco después, Felipe II dirigió una carta urgente al duque de Medina Sidonia para reforzar defensas y lealtades ante nuevas incursiones inglesas.

El “singeing of the King of Spain’s beard”: Cádiz 1587 y la gran carraca

En 1587, Drake lanzó su golpe preventivo contra la armada que Felipe II preparaba para invadir Inglaterra. Entró en Cádiz, hundió o quemó más de 30 barcos destinados a la “Grande y Felicísima Armada”, amenazó Lisboa y, en las Azores, capturó la carraca San Felipe, repleta de riquezas procedentes de Oriente. Aquel éxito retrasó un año la invasión.

La respuesta española no se hizo esperar. En 1588 zarpó la Armada con Medina Sidonia al frente. Como vicealmirante bajo Charles Howard, Drake se distinguió en los choques en el canal: capturó el Nuestra Señora del Rosario de Pedro de Valdés y participó decisivamente en la batalla de Gravelinas, donde los ingleses —conduciendo en línea, evitando el abordaje y castigando a distancia con artillería— desorganizaron a los españoles.

La noche del 7 de agosto, los ingleses lanzaron barcos incendiarios contra la flota fondeada, provocando pánico y cortes de anclas. La retirada española hacia el norte, ayudada por el mal tiempo, cerró el capítulo. La leyenda inglesa añade que, al recibir la noticia de la llegada de la Armada, Drake terminó tranquilamente su partida de bolos: Tenemos tiempo de acabar la partida y luego venceremos.

Tras la captura del Rosario, muchos prisioneros fueron hacinados en el llamado Spanish Barn de Torquay, en la Abadía de la Torre, en condiciones deplorables, con enfermedades y plagas de ratas; algunos murieron allí, un reverso sombrío de la gloria naval.

La Contraarmada de 1589 y el amargo paso por Galicia

Al año siguiente, Inglaterra probó suerte con su propia “Invencible Inglesa” o Contraarmada, con Drake en la dirección. El plan: golpear puertos españoles, fomentar una revuelta en Portugal y tomar una base en las Azores. Nada salió como estaba previsto.

En A Coruña, pese a un saqueo parcial del barrio de la Pescadería, la resistencia —con figuras como María Pita— contuvo a los ingleses, que sufrieron unas 1.300 bajas y perdieron cuatro naves. No consiguieron encender Portugal contra Felipe II, ni ocupar las Azores. De vuelta, Drake arrasó Vigo durante cuatro días, pero pagó la temeridad con cientos de muertos más, heridos y una retirada plagada de deserciones.

La magnitud del desastre (unos 12.000 hombres y 20 barcos perdidos) forzó una investigación en Inglaterra. El prestigio de Drake se desplomó; fue relegado durante años a la defensa costera de Plymouth y se le cerró el paso a grandes mandos hasta nuevo aviso.

Última campaña (1595-1596): Puerto Rico, Panamá y muerte en Portobelo

Con la guerra torciéndose para Inglaterra, Drake propuso en 1595 un golpe audaz: fundar una base permanente en Panamá para estrangular el tráfico hispano del Caribe. Compartió mando con su viejo mentor John Hawkins. La expedición encalló desde el principio: Las Palmas resistió; en San Juan de Puerto Rico, el castillo del Morro alcanzó la nave de Drake y murieron sus oficiales; Hawkins falleció durante la travesía o en combate.

Los intentos de tomar plazas sólidas, como Cartagena de Indias, se abandonaron al verlas mejor defendidas. Enfrentamientos menores en la costa de Colombia y Panamá dejaron botines exiguos y una tripulación exhausta, presa de la disentería. El 28 de enero de 1596, con 56 años, Drake murió frente a Portobelo. Fue enterrado en el mar en un ataúd lastrado; Thomas Baskerville asumió el mando.

La escuadra inglesa fue luego derrotada en la isla de Pinos por fuerzas españolas de Bernardino de Avellaneda y Juan Gutiérrez de Garibay: tres buques capturados, 17 hundidos o abandonados, 2.500 muertos y 500 prisioneros. La noticia de la muerte de Drake llegó a Sevilla por carta de Avellaneda y, meses después, circuló incluso el rumor —equivocado— de que su cuerpo viajaba a bordo de un navío dentro de un tonel.

Nuno da Silva y los papeles que contaron el viaje

Una pieza fascinante de este rompecabezas es la declaración (1583) del piloto portugués Nuno da Silva ante el Consejo de Indias, descubierta en 2021 en la Biblioteca del Palacio de Ajuda. Secuestrado en Cabo Verde en 1578 para guiar al Golden Hind, Da Silva describió con detalle las rutas de Drake por el Pacífico, sus capturas en Chile y Perú —incluida la del célebre “Cacafuego” o Nuestra Señora de la Concepción— y su marcha hacia el norte.

Tras ser liberado en Huatulco, el piloto cayó en manos de la Inquisición en la Nueva España. Pasó por interrogatorios, torturas y un auto de fe, fue enviado a Madrid y Felipe II terminó reconociendo su inocencia. Su testimonio alimentó la inteligencia naval hispana y añadió capas de complejidad a la figura de Drake, al que admiraba pese al cautiverio.

El propio Drake dejaría materiales para su versión de los hechos en The World Encompassed by Sir Francis Drake, y su vida generó dos grandes corrientes historiográficas: la de corte nacionalista, representada por Julian Corbett en 1898, que lo ve como pilar de la marina Tudor, y otra más crítica y matizada, atenta al esclavismo, la violencia y los fracasos.

Tácticas navales, leyendas y cultura popular

Sobre el agua, Drake fue innovador. Rechazó el abordaje clásico cuando no le convenía y prefirió la línea de fila para castigar con andanadas a distancia. En 1588 impulsó el uso de “fireships” contra la flota anclada enemiga, y practicó golpes de mano veloces contra puertos expuestos. Esa agilidad táctica apuntaló su fama de zorro del mar.

Junto a los hechos, prendieron las fábulas: desde la icónica anécdota de los bolos en Plymouth hasta la leyenda del “pacto con el diablo” para dominar vientos y olas durante la vuelta al mundo. Su apodo hispano, “El Draque” —el Dragón—, concentró el pavor y la demonización con que se le veía en América y España.

En la memoria cultural, Drake aparece en poemas (Lope de Vega le dedicó La dragontea), en crónicas (Juan de Castellanos, Juan de Miramontes Zuazola), en novelas y hasta en el ocio moderno: un juego de mesa de 2013 recrea sus viajes; figura en sagas como Uncharted, manga y anime como One Piece o Fate/Grand Order, y series como Black Sails. Su sombra alargada sigue viva en múltiples formatos.

Cargos, honores y emblemas

El retrato institucional de Drake completa el mosaico. Sir, Knight Bachelor, vicealmirante de la Marina Real y parlamentario por varias circunscripciones, encarnó a los “Sea Dogs” isabelinos: corsarios patrióticos —y empresarios— que mezclaban servicio al Estado, ansia de riqueza y un sentido propio de la moral en guerra religiosa.

  • Cámara de los Comunes: Camelford (1572-1583), Bossiney (1584-1585), Plymouth (1593).
  • Rama militar: Marina Real inglesa; rango de vicealmirante.
  • Distinción: armado caballero a bordo del Golden Hind (1581).
  • Lema heráldico: Sic parvis magna.

Entre admiración y condena: luces y sombras del personaje

Es imposible entender a Drake sin sus claroscuros. Fue explorador de primera fila —primer inglés en circunnavegar el globo— y, al mismo tiempo, corsario que asoló poblaciones y rutas españolas, partícipe de la economía esclavista y protagonista de matanzas como la de Rathlin. Puede verse a un tiempo como instrumento útil de la política exterior isabelina y como oportunista con fortuna y carisma.

En clave estratégica, su audacia dejó lecciones duraderas: demostró que el sistema español tenía puntos ciegos —desde Panamá al Pacífico—, obligó a reforzar defensas americanas y, con Cádiz 1587, ganó tiempo para Inglaterra antes de 1588. Pero sus fracasos —Contraarmada, 1595-96— recuerdan los límites de la guerra de corso frente a un imperio que aprendía rápido.

Hasta su muerte estuvo rodeada de símbolos: testamento a favor de su sobrino Francis, entierro marino y el mito del Dragón hundiéndose con su secreto. En tierra, el eco de su figura osciló entre la epopeya victoriana y el escrutinio moderno, que no elude su papel en la trata, la violencia y las consecuencias humanas de sus “hazañas”.

Queda, por último, la humanidad del marino. Un hombre hecho en cubierta, moldeado por temporales, pólvora y política, que supo navegar tanto entre olas como entre intrigas. Héroe para los suyos, ogro para sus adversarios y, sobre todo, un actor decisivo del tablero mundial en tiempos en que los océanos eran la gran autopista del poder.

De todo lo trazado se desprende un personaje de aristas múltiples: el adolescente que heredó una barca en Medway; el capitán que ajustició a Doughty en San Julián; el caballero que recibió el espaldarazo de Isabel I; el táctico que sembró el caos en Gravelinas; el derrotado por la disentería frente a Portobelo. Quien busque en Francis Drake una sola etiqueta, se quedará corto; su vida fue, literalmente, un mundo entero.

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