- De las culturas neolíticas (Hongshan, Liangzhu, Longshan) al Estado Erlitou, la complejidad social y ritual preparó el terreno dinástico.
- Qin unificó y estandarizó; Han expandió con la Ruta de la Seda y legó el modelo imperial clásico.
- Entre divisiones (Tres Reinos, Jin, Seis Dinastías) y reunificaciones (Sui, Tang, Song), China vivió su gran Edad de Oro.
- Ming consolidó y Qing expandió, pero las guerras del Opio y crisis internas precipitaron el fin del imperio en 1912.

Quien se acerca a la historia de China descubre enseguida que está contada en “capítulos” dinásticos, pero también en procesos de muy larga duración que arrancan en la prehistoria. La arqueología, la cultura material y el poder político van de la mano: sin comprender la evolución previa del Neolítico y la Edad del Bronce, cuesta entender por qué cuajaron reinos y, después, imperios.
Además, no todo son palacios y batallas: hay agricultura, cerámica, jades rituales, rutas comerciales y hasta debates sobre qué significa “China” y cuándo comenzó el imperio. Este recorrido hilvana los periodos clave, desde los primeros asentamientos y las culturas neolíticas hasta la caída del último emperador en el siglo XX, pasando por todas las dinastías y sus hitos.
Antes de las dinastías: de los primeros humanos al Neolítico
El territorio de la actual China estuvo habitado desde tiempos remotos por diversos homínidos, con yacimientos célebres como Renzidong, Yuanmou, Nihewan, Lantian, Nankín o el célebre Hombre de Pekín, a los que más tarde se suman hallazgos como Dali, Maba, Fujian o Dingcun. Homo sapiens aparece en la región hace unos 40.000 años, y mucho después se domestican plantas y animales que transformarán para siempre la vida cotidiana.
En torno a 10.000 a. C. se cultiva arroz en la cuenca del Yangtsé y, poco después, mijo en Henan; hacia el Holoceno temprano las comunidades van haciéndose más sedentarias. La cerámica más antigua conocida en el mundo, datada hacia 17.000 a. C., es porosa y cocida a baja temperatura, y se utilizó para cocer mariscos y, probablemente, arroz.
Junto a las vasijas aparecen herramientas con bordes pulidos y piedras de molienda, señales de cambios en la dieta de grupos de cazadores-recolectores que, sin embargo, no se asentaron de golpe: el sedentarismo fue un proceso gradual, con estrategias de movilidad que todavía se están estudiando y con patrones regionales muy diversos.
Durante décadas se habló del “paquete neolítico” como una revolución rápida (agricultura, domesticación, cerámica, pulido de piedra, sedentarismo). Hoy sabemos que esos rasgos surgieron de forma dispersa y prolongada. La transición hacia sociedades agrícolas plenamente desarrolladas (5000-3000 a. C.) fue el resultado de más de dos milenios de evolución, no de un chispazo repentino.
Culturas neolíticas y el camino a la complejidad: Hongshan, Liangzhu y Longshan
Con la economía agrícola establecida, crecen los asentamientos y se forman jerarquías sociales. Muchas sociedades siguieron trayectorias no lineales, alternando periodos de auge, declive y colapso. En ese mosaico hay rasgos recurrentes: excedentes agrícolas que financian élites, poder ritual como herramienta política e intercambio de objetos de prestigio.
La cultura Hongshan, famosa por sus grandes poblados del noreste y por la especialización artesanal en jade, dejó arquitectura monumental que sugiere administración y mano de obra organizada. Lo ritual se desplazó de lo doméstico a ámbitos regionales, y su colapso —hacia el 3000 a. C., en paralelo a episodios de aridez— se relaciona con deterioro climático, sobreexplotación y tensiones políticas.
En la región del lago Tai, la cultura de Liangzhu destacó por la abundancia y refinamiento de sus jades en contextos funerarios, indicio de una sociedad compleja y estratificada. Taosi y Liangzhu representan polos de alta complejidad del tercer milenio a. C.; al final del Neolítico se documenta abandono de centros y descenso de sitios a lo largo de los valles del Amarillo y el Yangtsé.
En la llanura del norte, la cultura de Longshan llevó la agricultura intensiva más allá de las grandes cuencas fluviales y dio paso a sociedades jerarquizadas con tres niveles de asentamiento, bienes de prestigio y conflicto armado. El yacimiento de Taosi, centro económico, político y religioso, albergó uno de los observatorios más antiguos de Asia (c. 4100 años), y su muralla de tierra apisonada acabó destruida en un contexto de fuerte agitación.
Todo este trasfondo desemboca en la primera Edad del Bronce regional, con el Estado Erlitou (1900-1500 a. C.) en Henan occidental, considerado por muchos como el primer estado de la Edad del Bronce en China y, para algunos, correlato material de tradiciones sobre la dinastía Xia.
Primeras dinastías de la tradición y la Edad del Bronce: Xia, Shang y Zhou
La dinastía Xia ocupa el primer lugar en la cronología tradicional, con 17 reyes según Sima Qian. Su historicidad sigue siendo objeto de debate, aunque ciertos complejos arqueológicos —caso de Erlitou— encajan cronológica y funcionalmente con la narrativa. Su legado pervive en topónimos y en el nombre poético Huáxià.
La dinastía Shang, también llamada Yin, es la primera confirmada por fuentes de su época (huesos oraculares y bronces). Dominó el valle del Huang He durante casi seis siglos, con escritura plenamente desarrollada, metalurgia de bronce de gran sofisticación, religión ancestral y una monarquía que controlaba redes de tributo y guerra.
Zhou (1046-256 a. C.) sucedió a Shang y se prolongó más que ninguna otra dinastía. Introdujo y consolidó el Mandato del Cielo como legitimidad real. Se divide en Zhou Occidental y Zhou Oriental; este último comprende el periodo de Primaveras y Otoños y el de los Reinos Combatientes, cuando la autoridad del rey se deshace y los grandes estados rivalizan con innovaciones militares, administrativas y tecnológicas.
El periodo de Primaveras y Otoños (771-476 a. C.) vio proliferar crónicas como los Anales atribuidos a Confucio y un aumento de alfabetización, pensamiento crítico y avances técnicos. En los Reinos Combatientes (siglo V-221 a. C.), el rey de Zhou quedó como figura simbólica mientras potencias como Qin, Chu o Qi pugnaban por la hegemonía hasta la unificación.
La unificación imperial: Qin
En 221 a. C., el rey de Qin se proclamó Shǐ Huángdì, “Primer Emperador”, inaugurando el título de huángdì y enterrando la era de los “reyes”. Qin estandarizó pesos, medidas, ejes de carro, monedas y, sobre todo, la escritura; centralizó el gobierno bajo el esquema de los Tres Señores y Nueve Ministros y suprimió el feudalismo.
También impulsó grandes obras: palacios en Xianyang, conexión y refuerzo de murallas previas en lo que sería la Gran Muralla y su colosal mausoleo con el ejército de terracota. La severidad del régimen, las obras forzadas y el descontento social precipitaron su caída poco después de la muerte del emperador (210 a. C.), y en 206 a. C. un líder de origen humilde, Liu Bang, fundaba la dinastía Han.
Han: expansión, Ruta de la Seda y ciencia
Los Han (206 a. C.-220 d. C.) cimentaron el modelo imperial. Bajo el emperador Wu, el imperio derrotó a los xiongnu, abrió contactos con Asia Central e India y consolidó la Ruta de la Seda. Zhang Qian exploró el Oeste; el papel, el sismógrafo y otros avances transformaron la administración y la cultura.
La dinastía se divide en Han Occidentales (capital en Chang’an), el interregno de Wang Mang (dinastía Xin, 9-23/24 d. C.), y los Han Orientales (capital en Luoyang). Las últimas décadas estuvieron marcadas por revueltas como las de los “Leñadores Verdes”, los “Cejas Rojas” y, ya en 184, los Turbantes Amarillos, que dinamitaron el poder central.
Siglos de división: Tres Reinos, Jin y los Dieciséis Reinos
La batalla de los Acantilados Rojos (208) frustró las ambiciones de Cao Cao, y el territorio quedó repartido entre Wei, Shu-Han y Wu. En 220, Cao Pi depuso al último Han y se proclamó emperador de Wei; Liu Bei y Sun Quan hicieron lo propio en Chengdu y en el bajo Yangtsé.
La reunificación llegó con los Jin (266-280), pero duró poco. Las capitales del norte, Luoyang (311) y Chang’an (316), cayeron ante pueblos nómadas y seminómadas. El norte se fragmentó en los Dieciséis Reinos (304-439), mientras la corte Jin se replegaba al sur, a Jiankang (Nankín), abriendo el largo periodo de dinastías meridionales y septentrionales.
En el norte, los tuoba unificaron territorios y fundaron Wei del Norte (440 en adelante), impulsando también el budismo y obras como las cuevas de Yungang y Longmen; al sur se relevaron Song, Qi, Liang y Chen. La movilidad de población del norte al sur asentó nuevas bases económicas y culturales en la cuenca del Yangtsé.
Reunificación y esplendor: Sui y Tang
Los Sui (581-618) unificaron China en 589, abolieron el sistema de “nueve rangos” y consolidaron los exámenes imperiales. Construyeron el Gran Canal y reforzaron murallas, pero sus campañas y obras agotaron recursos; el segundo emperador, Yang, acabó asesinado, y en 618 Li Yuan fundó los Tang.
Con Taizong y luego Gaozong, la dinastía alcanzó estabilidad y proyección exterior. La concubina Wu, regente y posteriormente única emperatriz reinante de la historia china, proclamó la dinastía Zhou (690-705) para legitimar su mandato, con fuerte mecenazgo budista. Restaurados los Tang, Xuanzong lideró el gran esplendor cultural hasta la devastadora rebelión de An Lushan (755-763).
Para sofocarla, la corte hizo concesiones a generales y a pueblos fronterizos como uigures y tibetanos, lo que debilitó el control fiscal y militar. El ideal del estado fuertemente centralizado nunca volvería a su apogeo pasado y la dinastía se desmoronó en 907.
Nuevas dinastías y reinos: Cinco Dinastías, Liao y Song
Tras 907, el norte vio sucederse cinco dinastías breves (Liang Posterior, Tang Posterior, Jin Posterior, Han Posterior y Zhou Posterior), mientras el sur se llenaba de diez reinos. La presión nómada desplazó población y capital hacia el sur del Yangtsé, que pasó a ser motor económico, político y artístico.
En las fronteras septentrionales surgieron estados no han que adoptaron formas dinásticas: los kitán fundaron Liao (907-1125); los tangut, Xia Occidental, y los yurchen, Jin (1115-1234), que conquistó el norte obligando a la corte Song a replegarse al sur.
Los Song nacieron en 960 con Zhao Kuangyin. Hubo urbanización masiva, circulación de moneda y letras de cambio, y grandes ciudades mercantiles. Se inventaron o difundieron la pólvora, la brújula y la imprenta; el neoconfucianismo dio marco ideológico al estado. Derrotados en el norte (1127), los “Song del Sur” gobernaron desde Hangzhou hasta 1279.
Las reformas de Wang Anshi intentaron fortalecer al pequeño campesino, dinamizar el comercio (papel moneda, graneros estatales) y abrir los exámenes al conocimiento técnico, pero la rigidez del estamento letrado y la amenaza militar del norte limitaron su alcance. Al final, la reunificación llegó por obra de los mongoles.
Dominio mongol: Yuan
El Imperio mongol se dividió en kanatos; en 1271, Kublai estableció la dinastía Yuan con capital en Dadu (Pekín) y, en 1279, derrotó a los Song del Sur en Yamen. La administración clasificó a la población por categorías étnicas y, tras una pausa, reactivó los exámenes imperiales para captar funcionarios.
El periodo estuvo marcado por inestabilidad, inundaciones del Amarillo, hambrunas y la peste. Las rebeliones se multiplicaron hasta que Zhu Yuanzhang, líder campesino, tomó el poder y fundó la dinastía Ming (1368), primero con capital en Nankín.
Ming: poder marítimo, plata y renacimiento cultural
El emperador Hongwu reorganizó el estado; tras una guerra civil, su hijo Yongle trasladó la capital a Pekín y promovió los viajes oceánicos de Zheng He, que llevaron flotas gigantes al Índico y a África Oriental. No tuvieron continuidad por su alto coste y prioridades internas.
En lo económico, el papel moneda cayó en descrédito y la plata se impuso como medio de pago. Aumentaron los vínculos con Japón y, después, con portugueses (Macao) y españoles (plata americana vía Filipinas). Culturalmente hubo un gran auge artístico y literario; la porcelana azul y blanca alcanzó fama global.
Desde la década de 1630, sequías, hambrunas y malestar fiscal avivaron rebeliones como la de Li Zicheng, que tomó Pekín en 1644. Un general fronterizo, Wu Sangui, abrió el paso de Shanhai a los manchúes de Dorgon, cuyas tropas expulsaron a los rebeldes y proclamaron emperador al joven Shunzhi, dando inicio a los Qing.
Qing: expansión, ortodoxia confuciana y choque con Occidente
Dinastía de origen manchú, los Qing preservaron y extremaron valores confucianos mientras imponían señas de identidad manchúes (coleta, vestimenta) y discriminaban en el acceso al ejército regular y a ciertos cargos, aunque esa política se fue relajando en el siglo XVIII.
Durante los siglos XVII y XVIII se dio un largo periodo de bonanza: impuestos agrarios bajos, roturaciones, prudencia frente al acaparamiento de élites y expansión comercial interna y externa. La población se triplicó y el imperio se expandió: Taiwán, Tíbet, Zungaria (Xinjiang) y Mongolia quedaron integradas. Qianlong consolidó la mayor extensión territorial de la historia imperial.
El agotamiento llegó a finales del XVIII: la rebelión del Loto Blanco drenó recursos y dañó el prestigio de la corte. En el XIX, el comercio del opio desencadenó dos guerras contra potencias europeas (1839-42 y 1856-60), con tratados desiguales como Nankín y Tientsin que concedieron cesiones territoriales y privilegios comerciales (caso de Hong Kong).
Internamente, la rebelión Taiping (1851-64) costó decenas de millones de vidas. La emperatriz viuda Cixi dominó la política como regente de Tongzhi y Guangxu, conteniendo reformas profundas. La derrota frente a Japón en 1894-95 por la hegemonía en Corea llevó al Tratado de Shimonoseki, con independencia coreana bajo influencia japonesa y cesión de Taiwán.
El levantamiento de los bóxers (1899-1900) fue sofocado por la Alianza de las Ocho Naciones, que ocupó Pekín e impuso indemnizaciones y reformas: se abolieron los exámenes clásicos y se prometió un parlamento. En 1911, el Levantamiento de Wuchang desencadenó la Revolución de Xinhai y la abdicación de Puyi (1912), poniendo fin a la era imperial.
Del imperio a la república y la China contemporánea
Sun Yat-sen, líder revolucionario, fue nombrado presidente provisional pero cedió el cargo a Yuan Shikai, que controlaba el norte; Yuan intentó coronarse emperador (1915-16) y fracasó. Siguió un periodo de señores de la guerra hasta que el Kuomintang, con Chiang Kai-shek y la Academia de Whampoa, unificó gran parte del país y fijó su capital en Nankín.
La presión japonesa creció: en 1931 se ocupó Manchuria y se creó el estado títere de Manchukuo. Tras la guerra sino-japonesa y la Segunda Guerra Mundial, la ruptura entre Kuomintang y comunistas desembocó en guerra civil total en 1947. En 1949, el Partido Comunista tomó el poder en el continente; el gobierno nacionalista y parte de su ejército se replegaron a Taiwán.
Cómo nombramos y periodizamos: del “Imperio Celestial” a la “Edad de Oro”
El término “Imperio chino” lo popularizaron occidentales para referirse, sobre todo, a Ming y Qing; también se habló del “Imperio Celestial”, por la condición del emperador como “Hijo del Cielo”. En Europa, hasta el siglo XVI era común “Catay”, nombre que se difundió con los relatos de Marco Polo y que causó confusiones con la China del Norte bajo los Yuan.
Muchos historiadores agrupan la historia imperial en tres fases: temprana (desde Qin y la Edad del Hierro), media (reunificación Sui y esplendor Tang-Song) y tardía (Ming-Qing hasta 1912). Esta mirada subraya continuidades sociales y económicas más allá de los cambios dinásticos, y recuerda que la frontera Ming/Qing no supuso rupturas tan drásticas como la conquista mongola.
En lo institucional, Qin articuló el poder con el sistema de Tres Señores y Nueve Ministros, mientras Sui y Tang establecieron los “Tres Departamentos y Seis Ministerios” que perduraron, con adaptaciones, hasta el siglo XX. Obras como el Gran Canal favorecieron la integración del mercado interno a gran escala.
También conviene recordar una cronología abreviada de los periodos citados: Shang, Zhou (Occidental y Oriental), Qin, Han (Occidental/Xin/Oriental), Tres Reinos, Jin (Occidental/Oriental), Dieciséis Reinos, Wei del Norte y dinastías meridionales/septentrionales, Sui, Tang, Cinco Dinastías y Diez Reinos, Liao/Xia Occidental/Jin, Song (Norte/Sur), Yuan, Ming y Qing, para desembocar en la república y la división entre la República de China (Taiwán) y la República Popular China.
Mirado “de lejos”, el hilo conductor es claro: sociedades agrícolas cada vez más complejas, élites que legitiman su poder mediante rituales, escritura y administración, ciclos de unificación y fragmentación, y un paulatino entramado económico e intelectual que explica por qué la civilización china es, todavía hoy, la viva más antigua del planeta.

