- De oficial de artillería a primer cónsul y emperador, Napoleón ascendió con victorias clave en Italia, Egipto y el golpe del 18 de Brumario.
- Transformó Francia con el Código Napoleónico, el Concordato y la Légion d’honneur, y reordenó Europa con la Confederación del Rin y Tilsit.
- Su ambición en la península ibérica y la invasión de Rusia precipitaron el desgaste que llevó a Leipzig, la caída de París y la primera abdicación.
- Tras los Cien Días y Waterloo, fue exiliado a Santa Elena; su legado jurídico y militar sigue influyendo y generando controversia.
Figura tan admirada como discutida, Napoleón Bonaparte fue el militar y estadista que, desde un origen modesto en Córcega, alcanzó el cénit del poder en Francia y alteró el mapa europeo. Su trayectoria combinó victorias de leyenda, reformas duraderas y decisiones que desencadenaron conflictos de enorme escala; entender qué hizo Napoleón supone recorrer guerras, leyes y cambios políticos que marcaron época.
Su nombre sigue muy presente en la cultura popular y el debate histórico. En tiempos recientes se ha vuelto a hablar de él por la subasta de uno de sus célebres sombreros por más de dos millones de dólares y por el estreno de una superproducción en cines, lo que recuerda por qué su figura polariza tanto: para algunos fue el ideal revolucionario hecho poder, para otros un autócrata implacable. Este recorrido explica, con detalle y de forma ordenada, qué hizo Napoleón y por qué su legado todavía pesa.
Primeros años en Córcega y formación
Nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, en la isla de Córcega, apenas un año después de que Génova transfiriera su dominio a Francia. Hijo de Carlo Bonaparte y Letizia Ramolino, creció en una familia de nobleza menor con aspiraciones; su nombre de nacimiento fue Napoleone di Buonaparte, italianizado, antes de afrancesarlo más tarde.
Gracias a que su padre obtuvo el reconocimiento de orígenes nobles toscanos en 1771, pudo acceder a la educación reservada a la nobleza. Estudió en Autun y en la escuela militar de Brienne-le-Château, donde su acento corso le granjeó burlas, y después en la École Militaire de París; destacó en matemáticas y mostró pronto interés por la estrategia y la política.
Se graduó como teniente de artillería el 28 de octubre de 1785, con destino inicial en Valence. Alternó estancias entre Francia y Córcega y llegó a implicarse en la política local, chocando con Pasquale Paoli, partidario de la independencia de la isla; este conflicto acabó empujándole a abrazar con firmeza la causa francesa.
Revolución Francesa y salto a la fama
Cuando estalló la Revolución en 1789, Napoleón tenía 19 años. Muy pronto, su habilidad militar llamó la atención: en 1793, durante el sitio de Tolón, dirigió la artillería con gran efectividad y resultó herido en el asalto final; a los 24 años fue ascendido a general de brigada, un salto fulgurante.
También intervino en el convulso clima político: publicó el panfleto jacobino Le Souper de Beaucaire, que le abrió puertas entre líderes influyentes. Tras la caída de los jacobinos en 1794 fue brevemente arrestado, pero volvió al primer plano en 1795 al sofocar con dureza una insurrección monárquica en París el 13 de vendimiario, ordenando disparos de metralla contra la multitud; a raíz de ese episodio fue nombrado general de división el 16 de octubre de 1795.
Su ascenso prosiguió veloz. El 2 de marzo de 1796 se le confió el mando del Ejército de Italia (Armée d’Italie). A partir de ahí, comenzó la etapa en la que su nombre se asoció a victorias estratégicas y maniobras audaces; Italia se convirtió en su laboratorio de genialidad táctica y liderazgo.
Italia, Egipto y el 18 de Brumario
En la primera campaña italiana (1796-1797), puso en pie a un ejército alicaído, rompió al Reino de Cerdeña en semanas y desbordó a Austria con una sucesión de golpes: Castiglione, el puente de Arcole y Rívoli fueron hitos que culminaron en la caída de Mantua. El 17 de octubre de 1797, Austria firmó el Tratado de Campo Formio, reconociendo en los hechos la superioridad francesa; Napoleón pasó de ser un general prometedor a figura nacional.
Con permiso del Directorio, emprendió en 1798 la expedición a Egipto para golpear los intereses británicos. Venció a los mamelucos en la batalla de las Pirámides y ocupó El Cairo, pero fracasó ante una fuerza anglo-otomana en el sitio de Acre (1799) y perdió el control del mar tras Abukir; el episodio dejó, sin embargo, un legado científico colosal con el hallazgo de la Piedra de Rosetta, que impulsó la egiptología.
De regreso a Francia en octubre de 1799, se integró en una conjura para derribar al Directorio. Entre el 9 y el 10 de noviembre (18-19 de brumario), condujo el golpe que puso fin a la Revolución y alumbró el Consulado; Napoleón se impuso como primer cónsul con poderes decisivos.
El Consulado y la construcción del poder
La nueva constitución, firmada el 13 de diciembre de 1799, le permitió nombrar ministros, embajadores, jueces y miembros del Consejo de Estado, órgano encargado de redactar leyes. En el frente militar, selló su autoridad con Marengo (14 de junio de 1800), donde transformó una situación crítica en victoria; consolidó paz provisional con el Tratado de Amiens en 1802.
Sus reformas internas cambiaron Francia: el Concordato de 1801 pacificó las relaciones con la Iglesia, y el Código Civil (Código Napoleónico) fijó principios como la igualdad ante la ley, la protección de la propiedad y el mérito como criterio de promoción. Además, impulsó la administración y la educación; su obra jurídica saltó a otros países y sigue influyendo.
El 12 de mayo de 1802 el Senado le proclamó cónsul vitalicio, y el 19 de mayo instituyó la Légion d’honneur, abierta a hombres y mujeres, para premiar talento y servicio. No todas sus empresas prosperaron: la expedición para recuperar Haití y restablecer la esclavitud fracasó y Haití se independizó en 1804, y ese mismo año, la venta de Luisiana a los Estados Unidos redefinió el mapa norteamericano; el pragmatismo y el cálculo político guiaron decisiones de gran alcance.
Del Primer Imperio a las grandes coaliciones
Acosado por tramas monárquicas, ordenó detener a un duque acusado de conspiración que fue ejecutado el 21 de marzo de 1804. En medio de esa tensión, se aprobó una nueva constitución y, el 18 de mayo, el Senado proclamó el Imperio; el 2 de diciembre de 1804 Napoleón se coronó a sí mismo emperador en Notre-Dame, y el 6 de noviembre quedó convalidada por ley la decisión del Senado; nacía el Primer Imperio Francés.
Contra la Tercera Coalición (1805-1806), su Grande Armée ejerció una contundente superioridad: capitulación de Ulm, toma de Viena y victoria total en Austerlitz (2 de diciembre de 1805) frente a ruso-austríacos. Reordenó Alemania con la Confederación del Rin y precipitando la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico; también colocó a sus hermanos en tronos europeos para afianzar su sistema.
La Cuarta Coalición (1806-1807) trajo nuevas victorias: Jena-Auerstedt pulverizó a Prusia, mientras Eylau y Friedland obligaron a Rusia a negociar. En los Tratados de Tilsit (julio de 1807) se forjó una alianza franco-rusa y se impuso el Bloqueo Continental contra Gran Bretaña; Prusia perdió la mitad de su territorio y nació el Gran Ducado de Varsovia.
España, Portugal y la crisis de 1808
Obsesionado con aislar a Gran Bretaña, Napoleón aprovechó la alianza franco-española del Tratado de San Ildefonso (1796). El hundimiento de la fragata Mercedes en 1804 tensó la cuerda entre España y los británicos, y el Bloqueo Continental exigía arrastrar a Portugal, tradicional aliado de Londres. Con permiso de Carlos IV y de Manuel Godoy, tropas francesas entraron en la península con el pretexto de invadir Portugal; el paso siguiente fue forzar las abdicaciones de Bayona y colocar a su hermano José I en el trono español.
La respuesta fue fulminante: el 2 de mayo de 1808 Madrid se levantó y la represión desató la Guerra de la Independencia. Con apoyo británico, españoles y portugueses convirtieron la península en un avispero de guerrillas que inmovilizó a más de 200.000 soldados franceses; la batalla de Vitoria (21 de junio de 1813) marcó el principio del fin del reinado de José, que hubo de ceder el trono a Fernando VII.
La eliminación del rey legítimo quebró las estructuras gubernamentales en España y afloraron juntas regionales que reivindicaban la soberanía en ausencia del monarca. Este modelo, como ha explicado la historiadora Natalia Sobrevilla, contagió a Hispanoamérica y abrió una crisis constitucional de enorme calado; incluso cuando se redactó la Constitución de Cádiz, la salida se concibió como monarquía constitucional.
Innovación militar y armas de su tiempo
En el plano técnico y organizativo, Napoleón revolucionó el modo de hacer la guerra: popularizó el servicio obligatorio, estructuró el ejército en cuerpos de ejército semiautónomos y perfeccionó la movilidad con columnas de marcha que permitían concentraciones rápidas para golpear donde dolía; su uso implacable y flexible de la artillería fue decisivo en muchos campos de batalla.
En cuanto al armamento individual, el mosquetón sustituyó al arcabuz e incrementó la cadencia y precisión de fuego. La bayoneta, integrada en la doctrina, convirtió al infante en tirador y combatiente cuerpo a cuerpo con cambios de ritmo inmediatos; estas mejoras técnicas y doctrinales cimentaron muchas de sus victorias.
Hoy, parte de ese mundo material puede palparse gracias a réplicas históricas: firmas especializadas como DENIX incluyen en sus catálogos piezas emblemáticas relacionadas con la época napoleónica, desde una pistola de dos cañones asociada a Napoleón y pistolas de chispa, hasta miniaturas de cañones y abrecartas inspirados en el sable Briquet; objetos que ayudan a divulgar la cultura material del periodo sin fines bélicos.
El desastre ruso y el principio del fin
En 1812 lanzó la invasión de Rusia con unos 480.000 soldados y 120.000 en reserva, cruzando el Niemen el 24 de junio. Los rusos evitaron el choque decisivo, aplicaron tierra quemada y desgastaron a la Grande Armée; tras la sangrienta Borodinó (7 de septiembre), Napoleón entró en una Moscú vacía y pronto incendiada.
Sin paz a la vista, ordenó la retirada el 18 de octubre. Entre el hambre, el frío y el acoso enemigo, la expedición se convirtió en tragedia: de cientos de miles, apenas regresaron unos miles en condiciones de combatir; se calcula que solo unos 20.000 cruzaron de vuelta el Niemen vivos. La catástrofe encendió la Sexta Coalición (1813-1814) contra Francia.
En octubre de 1813, la derrota en Leipzig (16-19) —la “Batalla de las Naciones”— aceleró la deserción de aliados alemanes y disolvió la Confederación del Rin. En 1814, mientras británicos penetraban por el sur, prusianos, rusos y austriacos avanzaban sobre París; la capital cayó el 31 de marzo y el Senado depuso a Napoleón el 2 de abril.
Abdicación, Elba, los Cien Días y Waterloo
Napoleón abdicó en favor de su hijo, Napoleón II, y fue enviado al exilio en la isla de Elba. No sería el final: el 1 de marzo de 1815 desembarcó en la costa sur de Francia y, el 20 de marzo, volvió a tomar el Palacio de las Tullerías; comenzaban los Cien Días.
Se adelantó a la nueva coalición aliada e invadió Bélgica con unos 130.000 hombres, cosechando victorias el 16 de junio. Dos días después llegó la prueba definitiva en Waterloo, al sur de Bruselas; una combinación de errores, falta de coordinación con sus mariscales y aciertos de Wellington y Blücher selló su derrota el 18 de junio.
El 22 de junio abdicó por segunda vez, y el 14 de julio se entregó a los británicos. El 17 de octubre de 1815 llegó a la remota isla de Santa Elena, donde permaneció bajo custodia hasta su muerte el 5 de mayo de 1821, a los 51 años; la causa oficial fue cáncer de estómago, aunque se han planteado hipótesis de envenenamiento por arsénico.
Datos personales y cronología esencial
Nombre en francés: Napoléon Bonaparte. Lugar y fecha de nacimiento: Ajaccio (Córcega), 15 de agosto de 1769. Fallecimiento: Santa Elena, 5 de mayo de 1821. Padres: Carlo Bonaparte y Letizia Ramolino; títulos: primer cónsul (1799-1804) y emperador de los franceses (1804-1814 y 1815).
Hitos clave: general de división tras reprimir la insurrección realista (16 de octubre de 1795); comandante en jefe en Italia (2 de marzo de 1796); Campo Formio (17 de octubre de 1797); expedición a Egipto (1798-1799); golpe del 18 de Brumario (9-10 de noviembre de 1799) y nueva constitución (13 de diciembre de 1799); cónsul vitalicio (12 de mayo de 1802) y creación de la Légion d’honneur (19 de mayo de 1802); proclamación del Imperio (18 de mayo de 1804) y coronación (2 de diciembre de 1804); Tercera y Cuarta Coalición (1805-1807), Tilsit (julio de 1807); Guerra de la Independencia española (1808-1814) con Vitoria (1813); invasión de Rusia (1812); Leipzig (1813); caída de París (31 de marzo de 1814) y abdicación; Cien Días (marzo-junio de 1815); Waterloo (18 de junio de 1815) y exilio final; llegada a Santa Elena el 17 de octubre de 1815.
Vigencia, controversia y cultura
La huella de Napoleón trasciende lo militar. Su Código Civil, su apuesta por la centralización administrativa y la meritocracia, y su impulso a instituciones como el Consejo de Estado dejaron un armazón que perduró más allá de su derrota; sus decisiones modernizaron sistemas jurídicos en buena parte de Europa.
En lo simbólico, sigue despertando pasiones encontradas. Se debate si fue el gran reformador que consolidó logros de la Revolución o si, por el contrario, encarnó una deriva autoritaria y belicista. La actualidad cultural lo mantiene en foco: una película reciente y subastas millonarias de objetos personales demuestran que su figura continúa generando curiosidad y polémica; pocas biografías han sido escritas y leídas tanto como la suya.
Más allá del mito, el balance histórico muestra a un estratega innovador que libró unas 60 batallas perdiendo muy pocas, un gobernante que codificó el derecho civil y reorganizó estados enteros y un protagonista que desencadenó guerras devastadoras; sus éxitos y fracasos siguen siendo material de estudio en academias y universidades.
Todo lo anterior dibuja a un personaje de luces y sombras: el joven corso que deslumbró en Italia, el primer cónsul que rehizo Francia, el emperador victorioso de Austerlitz y el derrotado de Waterloo; un legado enorme y contradictorio cuya influencia, para bien y para mal, aún se deja sentir.


