- De Platón, la tradición bíblica y Descartes a Kant, la historia situó al humano en el centro; hoy la sensibilidad y el sufrimiento reordenan el mapa moral.
- Especismo, sujeto de una vida y bienestar animal ofrecen marcos complementarios: desde derechos plenos hasta las cinco libertades como mínimos prácticos.
- Levinas y Derrida reabren la alteridad: la sensibilidad animal desborda el humanismo y reclama una relación no teórica, ética y no excluyente.

Desde la Antigüedad, la pregunta por si los animales sienten y qué implica ello para nuestra conducta ha atravesado la historia de la filosofía. A grandes rasgos, el foco ha oscilado entre debates ontológicos sobre la naturaleza de la sensibilidad y discusiones morales sobre el peso del sufrimiento frente a otras supuestas marcas de dignidad como la racionalidad. En los últimos ciento cincuenta años, el interés se ha desplazado de forma notable hacia lo ético, privilegiando el daño y el bienestar por encima de viejos jerarquismos. Hoy el hilo conductor es claro: si hay capacidad de sentir, hay motivos de consideración moral.
No siempre fue así. Buena parte del canon filosófico occidental minimizó o reinterpretó la experiencia animal de maneras que justificaban su uso y dominio. Nombres de primera fila desde Platón hasta Descartes o Kant ofrecieron argumentos, unos metafísicos y otros normativos, que situaban al humano en el centro. Con todo, el debate contemporáneo ha dado un vuelco: se habla de especismo, de derechos y de bienestar, se rescatan nociones como sujeto de una vida y se denuncia la ignorancia voluntaria que hace soportable lo insoportable. Entre la crítica filosófica y la presión social emerge una idea potente: integrar a los demás animales en la esfera de lo moral y en el derecho positivo.
Qué entendemos por sensibilidad animal y por qué importa
En términos sencillos, la sensibilidad animal remite a la capacidad de experimentar placer y dolor, miedo, alivio, alegría u otras vivencias conscientes. Esto no es una mera cuestión teórica: del reconocimiento de esa capacidad se sigue, para buena parte de la ética contemporánea, la obligación de tomarlos en serio. La pregunta de fondo la formuló de manera canónica una línea que va de Bentham a debates actuales: no se trata tanto de si pueden razonar, sino de si pueden sufrir. Cuando un individuo puede padecer, su sufrimiento cuenta moralmente.
Ahora bien, el dolor y el sufrimiento no son uniformes. En humanos, la experiencia se expresa lingüísticamente y se complica por la anticipación de males futuros; en muchos mamíferos no humanos, la vivencia puede tornarse indiscriminada ante amenazas, de modo que su pánico sea incluso más intenso en determinadas situaciones. No tener lenguaje articulado no equivale a no sufrir, y la ausencia de señales obvias no es prueba de insensibilidad.
Existe, con todo, una gradación ligada a la complejidad del sistema nervioso. No es razonable atribuir a una lombriz o a una esponja el mismo repertorio de padecimientos que a un mamífero. Este punto ha llevado a vincular los derechos o protecciones pertinentes con la sensibilidad, modulando el alcance de las obligaciones según las capacidades sentientes. La sensibilidad, en suma, funciona como criterio práctico para orientar deberes.
De la Antigüedad al cristianismo: Pitágoras, Platón y la tradición bíblica
La figura de Pitágoras suele invocarse como emblema de la compasión hacia los animales, pero las razones clásicas difieren de los argumentos actuales. La célebre anécdota transmitida por Diógenes Laercio, donde el sabio frena a quien azota a un perro porque reconoce en sus aullidos la voz de un amigo fallecido, refleja una creencia en la transmigración de las almas más que una defensa de los animales por sí mismos. La preocupación proviene, ahí, del temor a dañar una inteligencia humana reencarnada. Además, existen testimonios que cuestionan hasta qué punto Pitágoras se oponía siempre al sacrificio: se ha dicho que celebró un hallazgo matemático con el sacrificio de bueyes, un relato presente en discusiones eruditas contemporáneas.
En el caso de Platón, la cosa es aún más resbaladiza. La supuesta dieta vegetariana del ateniense es difícil de probar históricamente y, aun concediéndola, sus fundamentos filosóficos no se traducen en deberes hacia los no humanos. Platón imagina una Edad de Oro en la que el consumo de animales no sería necesario, pero nuestro mundo no pertenece a esa etapa mítica; por tanto, ese régimen no sería exigible en condiciones ordinarias. Más relevante, defiende la superioridad del alma humana, inmortal y racional, y con ello legitima el uso de los animales para fines humanos. El ideal platónico no cristaliza en obligaciones morales hacia otras especies.
La impronta de estas ideas reaparece en autores cristianos que vertebran la Edad Media. El Génesis evoca un tiempo inicial de armonía entre humanos y animales, pero tras el diluvio se confiere a Noé y sus descendientes permiso explícito para consumir todo ser viviente. Esa línea, matizada de múltiples formas, desemboca en pensadores como Agustín y Tomás de Aquino, quienes, por caminos distintos, sostienen el legítimo dominio humano y niegan que existan deberes directos de justicia hacia los animales. En esta tradición, solo los intereses humanos ocupan el centro de la creación y de la normatividad.
Giro moderno: Descartes y la máquina animal
Con la modernidad, lejos de suavizarse, la brecha se reformula en un lenguaje acorde a la nueva ciencia. Descartes, figura clave, propone una distinción tajante entre res cogitans y res extensa que deja a los animales del lado de las máquinas. En esa estela, los no humanos serían autómatas sin pensamiento, y se ha interpretado que ello conllevaría negarles dolor y placer. Aunque hay lectura contemporánea que matiza esta conclusión, lo que cuenta para las consecuencias prácticas es que, en su propio horizonte, no habría razones de peso para restringir prácticas como comer animales o la por entonces incipiente vivisección. La imagen del animal-máquina sirvió de coartada teórica para normalizar la crueldad.
Kant y el valor relativo de lo no racional
Al hablar de ética moderna, pocos nombres pesan tanto como Kant. Sin embargo, su tratamiento del estatus moral de los animales resulta poco inspirador desde la óptica actual. Para el filósofo de Königsberg, la racionalidad funda la normatividad: solo donde hay razón hay deberes propiamente dichos. Así, los seres no racionales tienen un valor meramente relativo, comparable al de los objetos, y no son fines en sí. Pese a ello, Kant recomienda evitar la crueldad, pero no porque los animales tengan derechos, sino como un deber indirecto hacia nosotros mismos: la violencia contra ellos embota nuestras disposiciones morales hacia otros humanos. Compadecer a los animales, sí; reconocerles derechos, no: ese es el límite kantiano.
Del especismo a la consideración moral: críticas y propuestas contemporáneas
Buena parte de la filosofía reciente diagnostica un sesgo transversal: el especismo. El término, difundido por Peter Singer y con raíces en trabajos previos de Richard D. Ryder, nombra la discriminación basada en la especie, análoga al racismo o al sexismo. El núcleo de la crítica sostiene que dar más peso a los intereses de nuestra especie por el mero hecho de pertenecer a ella es un prejuicio. La vara de medir debería ser la capacidad de sentir, no el carnet de especie.
El especismo, además, se alimenta de inercias sociales. Desde la infancia se normaliza una imagen edulcorada del mundo animal, donde seres felices «deben» morir para nuestro consumo sin que ello parezca reprobable. También se discrimina selectivamente: se protege con fervor a especies emblemáticas, grandes o carismáticas, mientras se ignora el sufrimiento de otras igual o más sensibles. A esto se suman factores religiosos y supersticiosos que moldean afectos y desprecios. Todo ello vulnera el principio de imparcialidad, pues lo que está mal hacerlo a un humano no debería relativizarse cuando la víctima es no humana.
En este contexto, la idea de ignorancia voluntaria resulta clave. Muchas personas prefieren no saber cómo llegan a nuestra mesa ciertos productos o qué se hace en determinados laboratorios, para evitar el malestar psicológico. Los medios a menudo contribuyen a ese velo. Esa ceguera escogida, como muestran episodios históricos más amplios, deteriora la calidad de la vida democrática. No querer ver no nos exime de responsabilidad, y a menudo la agrava.
Ahora bien, ¿cómo reformular positivamente el marco moral? Una formulación influyente en ética animal procede de William Frankena: todos los seres capaces de tener experiencias conscientes merecen consideración por sí mismos en la medida en que nuestras acciones los afectan. Dicha perspectiva enlaza con el célebre criterio de Bentham y con posiciones utilitaristas contemporáneas. El umbral que cuenta es la sensibilidad, no la racionalidad plena.
Otra aportación decisiva es la de Tom Regan, quien acuña la noción de sujeto de una vida para anclar los derechos. Un individuo es sujeto de una vida si posee una biografía con percepciones, deseos, memoria, intereses y cierto sentido del futuro. A partir de ahí, Regan sostiene que tales sujetos tienen derechos que no dependen de la reciprocidad de deberes ni de su pertenencia a la especie humana, matizando, eso sí, el alcance: en su versión original, la categoría se aplica sobre todo a mamíferos y, de manera más estricta, a mamíferos de cierta edad. La tesis de fondo desafía la idea rawlsiana de que no hay derechos sin deberes, y dialoga con la noción de intereses defendida por Joel Feinberg.
Junto a ello, Christine M. Korsgaard ha replanteado la cuestión desde la autonomía y la normatividad práctica, argumentando que nuestras propias fuentes de obligación nos comprometen con los otros animales. Estas posiciones conviven con un debate terminológico y jurídico: hablar de derechos puede referirse a derechos morales o a derechos legales, con estatus distintos, y no es trivial si a un chimpancé se le atribuyen derechos humanos o derechos como chimpancé. La etiqueta importa menos que el reconocimiento de que no son meros medios.
Conviene además distinguir entre defensores de derechos animales y partidarios del bienestar animal. Los primeros, de corte abolicionista, buscan poner fin a la explotación de los animales como instrumentos, apoyándose tanto en argumentos deontológicos como utilitaristas. Por su parte, el welfarismo es una postura reformista que aboga por reducir el sufrimiento considerado inútil, admitiendo que podría haber daños considerados útiles en ciertas circunstancias. Esta línea ha articulado desde 1979 un marco de referencia célebre, las cinco libertades impulsadas a partir del trabajo del Farm Animal Welfare Council británico, aplicables en principio a todos los animales bajo responsabilidad humana. El bienestar se define negativamente por ausencia de males y positivamente por permitir conductas naturales.
- Sin hambre ni sed: acceso continuo a alimento y agua adecuados.
- Sin incomodidad: condiciones ambientales y de cobijo apropiadas.
- Sin dolor: prevención y alivio de sufrimientos evitables.
- Sin heridas ni enfermedades: atención sanitaria y prevención.
- Sin miedos ni estrés: manejo que minimice el pánico y la ansiedad; además, libertad positiva para expresar comportamientos propios de la especie.
Fenomenología y deconstrucción: Levinas y Derrida ante la alteridad animal
En la tradición fenomenológica y su crítica, la relación con la alteridad ha sido examinada desde ángulos que tocan de lleno la cuestión animal. Levinas denunció el primado de la actitud teorética, esa mirada que reduce lo otro a lo mismo y subordina la alteridad al dominio del sujeto. Frente a ello, describió una relación ética originaria en la que el otro comparece con un rostro que nos obliga. Lo llamativo, a nuestros efectos, es que esa alteridad se manifiesta ante la conciencia como eminentemente sensible.
Derrida recoge y tensa este legado. Por un lado, deconstruye la subjetividad moderna mostrando sus exclusiones; por otro, cuestiona que el calificativo humano delimite adecuadamente el campo de la alteridad. Según su crítica, el humanismo de Levinas corre el riesgo de dejar fuera, por definición, a los animales no humanos. La propuesta derridiana es, por tanto, pensar la animalidad como sustrato común a toda alteridad, desplazando la frontera que separa lo humano de lo no humano. La alteridad no es propiedad exclusiva del humano; la sensibilidad animal desborda ese umbral.
Entre la sensibilidad y la ley: prácticas sociales, consumo y cambio institucional
Nadie se sorprende ya ante la repulsa que provocan las imágenes de violencia hacia animales; y, sin embargo, convivimos con sistemas productivos que multiplican el sufrimiento y la muerte por millones. Esta paradoja se explica parcialmente por la distancia entre lo que juzgamos correcto y nuestros hábitos, por la estructura de incentivos que nos facilita mirar hacia otro lado y por inercias históricas que tardan en corregirse. Psicología, sociología e historia ayudan a entender la lentitud con la que cambian las prácticas colectivas. La disonancia entre convicciones morales y costumbres de consumo es tan real como incómoda.
De ahí que muchas voces insistan en el paso decisivo: traducir obligaciones morales en normas jurídicas y aplicarlas eficazmente. No basta con la sensibilidad social; se requiere reconocimiento institucional que blinde mínimos de trato y minimice el sufrimiento. Sea desde el prisma de derechos o desde estándares robustos de bienestar, el reto práctico está en diseñar reglas, fiscalizarlas y sancionar su incumplimiento. Cuando el derecho cristaliza la consideración moral, las mejoras dejan de depender de la buena voluntad individual.
Obras y referencias clave
- Sobre el cartesianismo y los animales: análisis contemporáneo de la tesis del animal-máquina, con trabajos como el de Peter Harrison que revisan interpretaciones y consecuencias prácticas.
- Tradición clásica: testimonios sobre Diógenes Laercio y lecturas recientes del pitagorismo (por ejemplo, en la Stanford Encyclopedia of Philosophy), así como debates sobre el vegetarianismo en Platón y su coherencia doctrinal.
- Ética contemporánea: Peter Singer y su crítica del especismo en Animal Liberation; Christine M. Korsgaard y la fundamentación de nuestras obligaciones hacia otros animales en Fellow Creatures.
- Derechos basados en el sujeto de una vida: propuesta de Tom Regan, en diálogo con la idea de intereses de Joel Feinberg y con objeciones de corte rawlsiano sobre derechos y deberes.
- Marco bíblico y teológico: pasajes del Génesis que informan lecturas sobre el dominio humano, y su recepción en Agustín y Tomás de Aquino.
El panorama que surge de este recorrido es nítido: desde interpretaciones antiguas y medievales que justificaron un dominio sin obligaciones directas, pasando por el racionalismo moderno que tecnificó la distancia, hasta llegar a una filosofía moral contemporánea que coloca el sufrimiento y la sensibilidad en el centro, el debate ha ido afinando su brújula. Hoy disponemos de conceptos críticos como el especismo, de criterios como el sujeto de una vida y de marcos prácticos como las cinco libertades; contamos también con un examen profundo de la alteridad que cuestiona la excepcionalidad humana. Todo ello apunta a una tarea compartida: reducir el dolor evitable, reconocer a los otros animales como destinatarios de nuestras obligaciones y convertir esa convicción en prácticas y leyes a la altura de lo que decimos valorar. No se trata solo de pensar mejor, sino de vivir conforme a esa mejor reflexión.



